Hemos vivido una primera oleada de histeria provocada por el COVID-19, principalmente en aquellos países que son gobernados por élites neoliberales occidentales.
Esta oleada ha exaltado el carácter egoísta de estas élites y su forma de concebir la política y ha evidenciado el fracaso del neoliberalismo en situaciones límites para la humanidad.
Estados Unidos, Alemania, Francia, España, Italia, Canada y Brasil, entre otros países, se han visto envueltos en escándalos por la retención y el robo de equipo médico y ayuda humanitaria, para atender a sus propios sectores populares y contener el COVID-19 en sus propios territorios.
Esta desesperación, que de acuerdo con la OMS, actualmente está llegando a condiciones de pánico, no se debe a una preocupación por los costos humanos y de calidad de vida de los pueblos, sino por el impacto económico y el modo en que este afectará sus propios intereses.
Contrariamente, hemos escuchado declaraciones de Alberto Fernández, presidente de Argentina, quien afirma haber puesto en primer lugar la salud y en segundo la economía.
Una actitud política internacional muy digna de mencionar ha sido la responsabilidad asumida por China como primera potencia económica y ahora política del mundo. China venía insistiendo desde hace años en la necesidad de que los países mejoraran la salud pública, a pesar de que esto no fuera visto con buenos ojos por los sectores conservadores y neoliberales de Occidente.
Ahora se viene una segunda fase que debe ser abordada por todos los países, gobiernos, élites y sectores populares con la mayor responsabilidad posible: la seguridad alimentaria. Sin embargo, esta segunda fase tiene otras características que deben ser tomadas en cuenta para generar argumentaciones que conduzcan a prácticas políticas que favorezcan a las mayorías y no a los intereses de grupos económicos en particular.
En una entrevista hecha por la cadena NHK-Japan a David Beasley, director ejecutivo del Programa Mundial de Alimentos de la ONU queda parcialmente evidenciado el peligro que corre el mundo, si el egoísmo neoliberal y el conservadurismo actuaran con los alimentos de un modo similar a como lo han hecho con el equipo médico y la ayuda humanitaria.
David Beasley instó a los países a que no limiten las exportaciones de productos básicos para la alimentación, durante la pandemia del COVID-19. Esto a pesar de que los dos principales productores de cereales, Rusia e India, han restringido la exportación de trigo y arroz, para reforzar las reservas nacionales y otros países del sudeste asiático y el este de Europa están tomando medidas similares.
De acuerdo con el director ejecutivo del Programa Mundial de Alimentos. Estas medidas podrían tener consecuencias en los precios de los alimentos y el deterioro de las condiciones de países que dependen de la importación de alimentos y podría aumentar la desnutrición y agravar las condiciones de expansión del COVID-19 en el mundo.
Sin embargo, este llamado a una especie solidaria de libre comercio de los alimentos es parcial y no se contempla la situación de países latinoamericanos donde el grueso de la producción agrícola es controlada por empresas trasnacionales o ideologizadas con principios de capitalismo salvaje, que podrían conducir a un desabastecimiento nacional, no por la no retención de la producción, sino porque el aumento de la exportación desabasteciera los propios mercados. Luego, la propuesta de un libre comercio solidario planteada por David Beasley, a pesar de tener algunos aspectos muy rescatables, no justifica que no haya regulación sobre las exportaciones en el mundo, porque si algo ha quedado claro en términos económicos con el COVID-19, es que el mercado no capaz de regularse solo.
Las injusticias generadas por el mercado deben ser reguladas, no solo en tiempos con situaciones límites como la pandemia del COVID-19, sino siempre, esto para reducir la pobreza, la desigualdad, la violencia sistémica, la falta de educación humanística y crítica de los sectores populares como contrapeso político para equilibrar el poder soberano, disminuir la violencia machista y plantear argumentaciones adecuadas para obtener mejores sociedades que sean cada vez menos dependientes del sistema del capitalismo mundial.
No es concebible, a partir de las consecuencias reales que plantea el director ejecutivo del Programa Mundial de Alimentos que la medida correcta para evitar tales consecuencias, sea la no regulación del comercio de los alimentos.
Esto podría despertar el egoísmo de las elites neoliberales y enardecer a sectores ideológicamente retrógrados como los que tienen voz en la Unión Costarricense de Cámaras y Asociaciones del Sector Empresarial Privado (UCCAEP) y desabastecer de la producción nacional a los sectores populares de países como Costa Rica.
Los países deben regular la exportación de alimentos, con COVID-19 o sin COVID-19, no para almacenar por temor a los efectos de una pandemia, sino para garantizar el abastecimiento y la calidad de vida de sus propios sectores populares, siendo siempre solidarios, no solamente a través de transacciones comerciales, con otros países y pueblos que necesitan alimentarse.