Calderón de la Barca tenía razón cuando decía: "la vida es sueño". Basta con cerrar los ojos y mirar algo de nuestro pasado para darnos cuenta, que lo que recordamos, ocurrió hace tan solo un instante. Así de fácil se acorta la vida: cinco, diez, quince vueltas al sistema solar se transforman en unos segundo. ¿Acaso no es así la existencia de la humanidad ante el Universo?
La vida es sueño y el sueño de la razón produce monstruos, también Goya debió recordar momentos de éxtasis y haber sonreído con ellos, antes de volverse a dormir. Un cumpleaños, el primer beso, la noticia de un premio, un evento familiar: todo fue tan solo un instante.
Hace 15 años tenía el cabello largo, lentes redondos, era delgado y pensaba que podía cambiar el mundo. Me sentía tan grande en lo pequeño, escribía pequeños retazos de versos, en los cuales la grandeza de mi mundo lo cubría todo y el todo mismo no me podía contener.
Tenía 21 años. Habíamos movilizado la Sede de Heredia al Festival Internacional de Poesía, con ese combustible esotérico del Taller de Creación Literaria de la UNA y el Taller Netzahualtcoyotol, con los cuales llevamos estudiantes de los colegios de la provincia, a escuchar un recital de poesía al Palacio de los Deportes.
Ese año fui el elegido, agradeciendo a mis compañeras y compañeros de sede haberme dado la oportunidad de acompañar a las y los poetas internacionales, al ansiado fin de semana en Tortuguero y participar en un convivio, digno de una utopía.
En un rancho, a la orilla del río, me di cuenta que el festival había creado un espacio para un gran reencuentro. Dos amigos que tenían muchos años de no verse y muchas experiencias poéticas y políticas en común: Ernesto Cardenal y Claribel Alegría. En ese mismo rancho, en medio de platos con fruta y otros menesteres, bebíamos algunas copas con ellos Norberto Salinas, Raúl Zurita y yo.
Siempre he admirado a Norberto, por su deseo de poner en contacto a poetas jóvenes con poetas consolidados de Nuestra América y el mundo, pero creo que aún más, por haberme permitido vivir ese momento, en el cual, mientras Raúl Zurita permanecía absorto, Ernesto Cardenal nos decía que el poeta chileno es el mejor de su generación, a lo cual asintió Claribel Alegría.
Aprecio mucho a Norberto, porque con esa conversación, comencé a ver cómo mi mundo se encogía, se me hacía demasiado pequeño, mis versos se desdibujaban y mis luchas se convertían en juguetes desnutridos. Entonces comprendí el porqué, en tan solo 48 horas, luego de presentar a Raúl Zurita y escuchar su lectura, en un evento en la UNA, no pude contener mis lágrimas y lloré delante del auditorio.
Pareciera que fue ayer, cuando en esa mesa, en ese recital; en ese rancho, en Tortuguero, sentí todo eso. Pareciera que fue ayer que un poema de Raúl Zurita se convirtió en el lema de mi presidencia de la Asociación de Estudiantes de Filosofía. Un poema que me ha perseguido a lo largo de la vida, hasta hace poco, cuando, junto a Sebastián Miranda, bautizamos una revista literaria en honor a Zurita, con ese poema: Ni pena Ni miedo.
Con la noticia del premio Reina Sofía, otorgado a Raúl Zurita, regreso al pasado y miro a Norberto con menos canas, a mí con más pelo, a Claribel Alegría y Ernesto Cardenal y a Zurita, absorto, en sus pensamientos (“Todo el desierto pudo ser Notre-Dame pero fue el desierto de Chile”), como si fuera ayer, como, hace un instante, antes de abrir los ojos.
Es por esto que celebramos el XXIX Premio Reina Sofía, que se le otorgó el día de ayer, martes 8 de septiembre, convocado por el Patrimonio Nacional, en colaboración con con la Universidad de Salamanca. Un reconocimiento merecido. Felicidades querido maestro.