En estos días muchos estamos en nuestras casas, cargados de incertidumbre, ansiedad y a la expectativa. Nunca antes habíamos estado ante una emergencia de esta magnitud, que algo tan pequeño, algo que mide menos de 400 nanómetros, literalmente ha paralizado el mundo.
Esto nos puede llevar a que realicemos muchísimas reflexiones, entre las que se pueden destacar las siguientes.
La primera de ellas, es que desde hace décadas, sociólogos y filósofos, han venido analizando nuestro comportamiento social y nuestro estilo de vida. Por ejemplo, Zygmunt Bauman, sociólogo polaco, nos describió en décadas pasadas como una sociedad líquida, donde todo fluye, siendo pasajero, intermitente, sin encontrar nada sólido. De forma más contemporánea Byung Chul-Han, filosofo coreano, nos habla en su obra que vivimos en la sociedad del cansancio, una sociedad de la autoexplotación en la cual no nos permitimos parar por miedo a no rendir, por miedo a ser menos productivo y ser superado por otro; o por miedo a perder nuestro estatus. Esto ha provocado que caigamos en una alienación de lo individual, un aislamiento en nuestro ego, donde priorizamos solo aquello que consideramos placentero para nuestro yo, (no beneficioso, recalco: placentero). Por lo tanto esto ha generado que no veamos más allá de nosotros, perdiendo generalmente la empatía y la compasión, olvidando que de una u otra forma somos dependientes de otro y estamos interconectados. Además, en esta dinámica hemos acelerado el ritmo de vida, hemos acelerado la noción del tiempo, hasta sentir que este ya no nos alcanza, que este pasa muy rápido, y el poco tiempo libre que nos queda lo dedicamos a actividades superficiales que no permiten un descanso, como lo son ver televisión y el uso de redes sociales.
Pero paralelo a esto, tenemos la dialógica causa-consecuencia, que nos permite caer en este estilo de vida, nuestro modelo económico y productivo. Un modelo sustentado en el consumo masivo, para vender los bienes de consumo producidos masivamente, para mantener activo un mercado que permite la acumulación de riqueza en pocas personas, quienes además nos los promocionan como referentes de éxito.
Pero si analizamos este ciclo productivo, hay una actriz principal que por lo general no protagoniza en la historia, la Tierra. Para mantener esta sobreproducción y este hiperconsumo, es necesario sobreexplotar a lo que llamamos recursos naturales y recursos humanos. El planeta sigue siendo la fuente principal de materias primas para fabricar todo aquello que es desechable.
Esto ha hecho que desde hace décadas científicos y ambientalistas eleven una alerta para cambiar esto, la fuerte contaminación ambiental, el calentamiento global y la desigualdad social nos está afectando directamente. Pero la respuesta a esta alerta siempre ha sido ignorada, tanto por las personas como por los líderes de países y el mundo, y a pesar de que se han venido creando políticas, la mayoría se concentran en medidas paliativas para evitar tocar los grandes intereses económicos.
De aquí, paso a la otra reflexión. Aún se especula sobre la procedencia del virus, nos están cargando de teorías conspirativas y noticias falsas, que si el virus que provoca la COVID 19 fue implantado, que fue una mutación, que vino de aquí o de allá. Pero más allá de su procedencia, hay que reconocer que una diminuta partícula ha hecho que nos detengamos. Ha detenido la producción masiva, el consumo masivo de combustibles fósiles y de muchos productos, claro, esto ha golpeado considerablemente la economía de todos, pero si vemos más allá de esto, el mejor resultado es que hemos visto imágenes, donde en menos de un mes, muchos sitios han logrado recuperarse significativamente de la contaminación antropogénica. Aire menos contaminado, ríos transparentes, imágenes satelitales que muestran una caída de la polución. Así que independientemente del origen de este virus, ha provocado una mejoría ambiental. Pero la pregunta que me surge en este punto, pues aún nos quedan un par de semanas de aislamiento, es ¿vamos a retomar el estilo de vida que teníamos nuevamente o vamos a atender el llamado de los científicos y ambientalistas han hecho por años?
Pues además de esto, a nosotros también nos está obligando a respirar. Nos ha detenido y nos ha puesto a convivir de nuevo en nuestros hogares, a compartir un espacio que por lo generalmente usamos solo para dormir, a vernos las caras más de tres horas por día, a escucharnos y toparnos en la casa. El tiempo, en esta cuarentana cambia, nos obliga a producir menos, a movernos menos, a detenernos y nos está dando la oportunidad de reflexionar sobre nuestro estilo de vida.
Otra de las cosas que me ha llamado la atención, es que en esta parada obligatoria, la situación nos está obligando a ir en contra de uno de los preceptos más macabros del sistema económico: la ley del más fuerte, donde nos venden la idea de que el grande se come al chico, incentivándonos la competencia caníbal donde no importa quien caiga mientras sea yo el que gane. Si escuchamos el slogan actual, esto nos hace una invitación a cuidarnos unos a otros, a proteger a quienes están más vulnerables a la enfermedad, a cooperar para que menos personas se vean afectadas. O sea, la COVID 19 nos ha obligado a pensar en Otro, y a aquel que es considerado más fuerte, menos vulnerable, le da la obligación moral de cuidar al más “débil”. Esto pone evidencia, lo que muchos científicos han demostrado: la cooperación, no la competencia, es lo que ha permitido sobrevivir a los grupos organizados a lo largo de la historia. Así que como dice un buen amigo filósofo costarricense, Emanuel Campos, “la esperanza está en la cooperación”.
Por otra parte, una de las cosas que ha quedado en evidencia en estos días, es la importancia de contar con instituciones estatales que velen por la salud y seguridad social. El papel que ha desempeñado la CCSS, el INS, la FANAL, el ICE, Correos de Costa Rica y otras instituciones, demuestra la necesidad como país de contar con empresas que brinden los servicios esenciales, pues si estuvieran en manos de capital privado muy probablemente muchos de nosotros no tendríamos acceso a estos; y el Estado se vería limitado a garantizarlos. Por esto, es importante recordar que en años anteriores, se ha venido planteando la posibilidad de privatizar estos servicios, se han creado políticas que han debilitado a estas instituciones con el fin de justificar la venta de activos del Estado. Considero que este pequeño invasor nos obliga a reflexionar sobre el papel tan relevante que cumplen estas empresas en nuestra sociedad.
Por último, y probablemente el punto más incomodo que abordare en este artículo. Es que si hacemos un recuento de las últimas pandemias, como la gripe aviar, la gripe porcina y ahora esta, que se especula que proviene por el consumo de animales salvajes, tiene como común denominador el consumo de animales como parte de nuestra dieta. Se ha justificado de muchas formas mantener este hábito, ligado principalmente al placer más que a una necesidad, donde al año se producen miles de millones de animales, muchas veces en condiciones insalubres, que ponen en riesgo la salud de muchas personas. Entre las enfermedades asociadas al consumo de carne están: la diabetes, la hipertensión, problemas cardíacos y por su puesto el cáncer, pues como promulgó la OMS en el 2016, la carnes procesadas (embutidos y otras) se consideran un cancerígeno tipo A (a la par del cigarrillo) y las carnes rojas un cancerígeno tipo B. Por lo tanto, una vez más una enfermedad nos obliga a reflexionar sobre nuestra dieta, a preguntarnos ¿Qué consumimos? y ¿Cuánto consumimos?
En este momento el mundo se detuvo, la economía está en crisis y nosotros estamos obligados a permanecer en casa, cuidándonos y evitando que una enfermedad se propague. Pero lo más importante de esta parada obligatoria es que nos repensemos como especie, como seres sociales, como personas, que entendamos que formamos parte de un sistema vivo, natural y planetario que se interconecta de forma compleja con cada uno de los seres que lo habitan, tanto humanos como no humanos, y que como se modela científicamente, si no hacemos cambios radicales en el sistema económico y social que reduzcan significativamente la contaminación y frene el calentamiento global, esta puede ser una de las primeras, de muchas crisis, que están por venir. ¿Qué más evidencia necesitamos?