La toma como espacio de convivencia
El espacio de la toma fue una suerte de acontecimiento tan abrupto que poco a poco las necesidades y formas de compartir el espacio, además de las relaciones, fueron evolucionando y transitando por etapas que permitieron el nacimiento de lo que aquí llamaremos como nuevas convivencias.
Por nuevas convivencias no referimos a las articulaciones, cambios y creación de relaciones que se gestan por medio del fenómeno de la toma de la facultad, siendo esta un encuentro de diversas entidades, como estudiantes, tanto de Ciencias Sociales como de otras carreras, profesoras y profesores, y personas ajenas a la realidad inmediata que llegaban a visitar las instalaciones.
Como una de las principales relaciones que encontrará un tratamiento distinto, se encuentra la de profesor-profesora con estudiantes. Aquí debemos ser conscientes, como con cualquier intercambio que se hace en sociedad, que, aunque hay posibilidades de gestionar o construir vínculos diferentes, el poder siempre condiciona los mismos.
Foucault lo analizaba, mencionando que el poder está en todas partes —en el espacio y en el tiempo—, en toda relación humana, en la medida en que existen contextos históricos específicos que se definen a través de los discursos, instituciones, normas, valores, etc. [1]
Habiendo aclarado este punto crucial, podemos comprender mejor que, aunque efectivamente, los y las profesoras siguen representando figuras de autoridad, quienes también responden a una jerarquía institucional, la toma permitió un acercamiento, e incluso, manifestaciones contenidas que fueron una clara alarma de descontento.
Nos centraremos en hablar del interinazgo, pues, aunque no vamos a negar que hubo una participación diversa, quienes detentaban en ese momento la posición de ser interinos o interinas, sabían que el redireccionamiento presupuestario también afectaría su trabajo y la permanencia del mismo, viéndose perjudicado el presupuesto universitario.
Las reacciones que se crearon estuvieron dirigidas a un cuerpo docente involucrado con las acciones de los y las estudiantes. Hubo asistencia en asambleas internas por cada carrera, contacto directo por medios que no obedecen a la lógica institucional, como mensajes de texto o llamadas y colaboración por medio de alimentación para sostener la toma.
Esto fue una manera activa de reconfiguración con el orden institucional que proponía una manera diferente de organización, y, por primera vez en la Facultad, al menos en términos muy generales, las relaciones entre docentes y estudiantes podían verse como un vínculo donde existían preocupaciones compartidas.
Además, no solamente se forjaron este tipo de relaciones, pues de las más importantes fueron las creadas entre las y los propios estudiantes tanto dentro como fuera de la toma.
Es imprescindible mencionar que, el edificio no solo se convirtió en un símbolo de protesta frente a las acciones que pretendían el redireccionamiento presupuestario como reclamo más inmediato, sino que fue transformado al mismo tiempo en la cotidianeidad de quienes participaban desde adentro, siendo lugar de descanso, recreación, trabajo…, todo en un mismo espacio.
La traducción de esta nueva cotidianeidad se revelo en forma de conexiones, relaciones. Pronto los lugares que se visitaban normalmente como las asociaciones o la soda, eran cuartos con 10 personas compartiendo sueño. Más allá de los encuentros y discusiones que no fueron menos y definitivamente existieron, era vital para poder sobrevivir dentro, la convivencia. La toma fue un lugar que permitió el acercamiento entre los y las estudiantes que muchas veces estuvo detenido por la “normalidad”, donde en ocasiones no es necesario comunicarse.
Dentro había un proceso de organización, con grupos encargados de seguridad, alimentación, comunicación e incluso actividades de recreación, además, se tejieron redes de apoyo solidario con otros edificios, como la Facultad de Educación, con quienes se mantenía constante comunicación y se enviaban víveres, pues Ciencias Sociales era el punto de llegada de muchísimo apoyo y comodidades que brindaba el edificio en forma material.
Además, hubo una gestión articulada donde se movilizaban personas hacia los bloqueos de la Universidad Nacional o acompañar a quienes permanecían en el ya mencionado edificio de Educación, donde la organización solidaria entre estudiantes pudo en muchas ocasiones mantener en pie las iniciativas en forma de protestas que se gestaban en el momento.
Considerando que a la luz del contexto hay un Movimiento Estudiantil que en su mayoría no confía en los medios de representación convencionales, en algunas ocasiones se pudieron identificar roces con las juntas directivas de las asociaciones, que de igual forma en su mayoría permanecieron dentro del proceso.
En conjunto con todas estas nuevas experiencias, también toma un papel protagónico las redes de cuido que en su mayoría estaban lideradas por mujeres, reconfigurando la lógica masculinizada de las organizaciones sociales para darle paso a nuevos procesos de entendimiento en medio del cansancio y la incertidumbre, que ampliaremos más adelante.
Por último, se abrió la oportunidad de articular esfuerzos que estuviesen encaminados a construir organismos autónomos dentro del Movimiento Estudiantil, como lo fue, por ejemplo, el Frente Autónomo Interuniversitario (FAI), quién finalmente fue la agrupación que se mantuvo en la mesa de negociación con la decanatura y demás autoridades universitarias para la liberación del edificio.
El liderazgo y la participación femenina
Para este apartado en específico, nos es necesario contextualizar la situación tanto de la Universidad de Costa Rica como de la educación superior en general. No es ninguna novedad que el feminismo y su presencia como movimiento dentro de las universidades públicas es de larga data, aunque existen precedentes que, en los últimos años, las mujeres han sentado dentro de la política universitaria y la institucionalidad.
El más sonado y relativamente reciente fue el 27 de mayo del 2019, cuando diferentes colectivas de la Universidad de Costa Rica, la Universidad Nacional y el Tecnológico de Costa Rica, se declararon en estado de emergencia por el acoso sexual en el espacio universitario.
“Resaltaron que la problemática del acoso sexual responde a las relaciones de poder que poseen los acosadores como autoridades, profesores y catedráticos, a quienes señalan como “vacas sagradas” en las instituciones. Denunciaron que los casos de acoso no se limitan solo a estudiantes, sino también a profesoras y al personal administrativo, pues la violencia contra la mujer trasciende edad y posición laboral.”[2]
Este panorama se mezcló con la alta tasa de participación que se dio durante el período 2019-2020 dentro de las juntas directivas de las asociaciones de estudiantes en el área de Ciencias Sociales, que, según datos de la propia facultad, un 88% de las presidencias[3] estaban ocupadas por mujeres, mismas que ejercerían su mandato durante el proceso de la toma.
Como resultado de un 2019 agitado y años de ser excluidas de la política universitaria, siendo expuestas constantemente a procesos violentos, la toma del edificio fue una reivindicación del trabajo que en su mayoría era ejecutado por mujeres.
Desde la organización hacia lo interno del edificio, planificación de estrategias, lideresas en los espacios de toma de decisión y voceras del movimiento, podríamos arriesgarnos a decir que gran parte de las motivaciones e ideas que se reproducían en este lugar eran ejecutadas por mujeres.
Dicha lógica es una evidente ruptura con la tradición Latinoamericana nacida de las revoluciones, y de la cual es heredera el Movimiento Estudiantil en toda la región, de pensar los procesos de transformación política en masculino, así como las memorias de los acontecimientos que luego son insertadas dentro de lo colectivo como la mirada dominante.
Esto se vuelve crucial a la hora de pensar en la experiencia del Movimiento Estudiantil y cómo se ha construido desde la mirada patriarcal, dejando de lado la mayoría del tiempo las vivencias de las mujeres que han participado activamente de lado, y donde los hombres, protagonistas de la historia hegemónica, monopolizan la forma en la que se entiende la vida universitaria.
De hecho, Elizabeth Jelin ha sido una de las autoras que ha trabajado sobre el concepto del género de las memorias, donde asegura que la experiencia directa y la intuición indican que mujeres y hombres desarrollan habilidades diferentes en lo que concierne a la memoria. En la medida en que la socialización de género implica prestar más atención a ciertos campos sociales y culturales que a otros y definir las identidades ancladas en ciertas actividades más que en otras (trabajo o familia, por ejemplo), es de esperar un correlato en las prácticas del recuerdo y de la memoria narrativa. [4]
Es por esta misma razón que la toma de la facultad de Ciencias Sociales y su articulación merecen especial atención, al ser uno de los primeros procesos, al menos en Costa Rica, donde las mujeres, en su mayoría, representaban a todo un movimiento articulado que logro sostener una protesta por 14 días, además de perfilarse como las lideresas indiscutibles del mismo.
Aquí debemos hacer una pequeña acotación, y es que aún existen discusiones, al menos en círculos de mujeres, sobre si existe o existió realmente una toma feminista. Personalmente, no creo que esto haya sido enteramente posible. La toma del edificio no se eximió de manifestaciones de violencia y espacios inseguros para nosotras, además, existe una tarea de reflexión pendiente sobre el porqué hay una tendencia a la feminización de ciertas actividades, como la salud mental, entre otras.
Conclusiones
Como podemos observar, la toma de la Facultad de Ciencias Sociales fue un espacio que funcionó para la articulación de una renovada red de convivencia que se tejió no solamente con profesoras y profesores, sino como una estrategia clave para el mantenimiento de otras instancias como la toma en la Facultad de Educación o las protestas en las afueras de la Universidad Nacional.
Además de esto, fue un proceso donde las mujeres fueron, en gran parte, quienes gestionaron y representaron tanto a la parte institucional, vista desde las asociaciones de estudiantes, como el ala más autónoma con las vocerías y el liderazgo del Frente Autónomo Interuniversitario.
Cabe destacar que esta reflexión es un ejercicio que busca promover diversas visiones sobre los acontecimientos de la toma desde diferentes ejes de análisis, pues sabemos que esto es solo una pequeña pincelada de miles de reacciones que se pudieron generar antes, durante y después de los 14 días que se mantuvieron las acciones de protesta.
Finalmente, desde la visión historiográfica, la academia aún tiene una deuda con el Movimiento Estudiantil costarricense, siendo uno de los temas que aún no han sido explorados a fondo, donde hay una inexiste difusión sobre sus logros, participación política e incidencia más allá de algunos esfuerzos como los mencionados en este artículo.
Notas:
[1]Nancy Piedra Guillén, “Relaciones de poder: Leyendo a Foucault desde la perspectiva de género”, Revista Ciencias Sociales 106 (2004): 125. https://www.redalyc.org/pdf/153/15310610.pdf
[2] Daniel Vargas Gutiérrez, “Estudiantes se declaran en “estado de emergencia” por acoso en universidades públicas”, Semanario Universidad, 27 de mayo de 2019, acceso el 16 de julio de 2020. https://semanariouniversidad.com/universitarias/estudiantes-se-declaran-en-estado-de-emergencia-por-acoso-en-universidades-publicas/
[3] Facultad de Ciencias Sociales. 2020. “Día internacional de la mujer en la Facultad de Ciencias Sociales”, acceso el 18 de julio de 2020. https://m.facebook.com/story.php?story_fbid=2968358173214787&id=330169830366981
[4] Elizabeth Jelin, “Los trabajos de la memoria”, (Madrid: Siglo XXI de España Editores, S.A., 2002), 107.