«¿Quién construyó Tebas, la de las siete puertas?
en los libros figuran los nombres de los reyes,
¿acaso los reyes arrastraron los bloques de piedra? (…)
El joven Alejandro conquistó la India,
¿él sólo? (…)
Felipe II lloró al ver su flota hundida.
¿No lloró más que él?
Federico de Prusia
ganó la guerra de los treinta años.
¿Quién ganó también? (…)
A tantas historias,
tantas preguntas»
Bertolt Brecht
El filósofo Walter Benjamin escribió en 1940, cuando era cazado por el régimen nazi, y poco antes de quedar atrapado en un cruce fronterizo, en «una calle sin salida» -lo que culminó en su lamentable suicidio-, que la Historia debía cepillarse a contrapelo.
Mucho se comenta hoy sobre la «mítica» figura de Figueres Ferrer, motivo de su aparente reconocimiento póstumo como héroe de paz, -por parte de la institucionalidad de la cual él se erigió como principal fundador-.
Cualquiera que haya leído sobre la historia de Costa Rica -o bien, no exijamos tal cosa-, cualquiera que haya puesto alguna atención a las clases de «Estudios Sociales y Cívica» de la escuela, no puede sino asociar el nombre Figueres Ferrer con la mentada «Guerra Civil de 1948»; antecedente importantísimo, en algunos libros de texto el más importante -causa eficiente digámosle-, para la creación de la Constitución Política de 1949.
No hay que ser profusamente intuitivo para dar cuenta que haber dado pie a una guerra, podrá ser muchas cosas, sin embargo, en opinión de quien escribe, no convierte a nadie en un héroe de paz. A no ser, claro está, que estemos frente a un equívoco de dimensiones nunca vistas en el idioma castellano.
Es sabido que Figueres Ferrer impulsó la eliminación del ejército, aunque también es de conocimiento público que este existió de facto durante varios años, aún después del «simbólico mazazo» en el Museo Nacional, en aquella época llamado Cuartel Bellavista, y de la promulgación del texto constitucional el 7 de noviembre de 1949. Este es un hecho importante, pero no hay que olvidar que el ejército fue su enemigo durante la guerra civil; es decir, nunca necesitó de él, porque formó su propio escuadrón para el asesinato, únicamente terminó lo que había iniciado por las vías de facto y ahora podía hacerlo por las de iure: la aniquilación del ejército.
Es de conocimiento público su impulso a la creación de diversas universidades públicas en la década de los años setenta, entre otros hitos de la institucionalidad costarricense. El filósofo español Constantino Láscaris-Conmeno, heredero de la corona de Chipre, radicado en Costa Rica a finales de los años 50 -y quien, según se cuenta, fue recibido por José Figueres Ferrer en el aeropuerto de La Sabana con el adjetivo de «genio»-, define el «pensamiento filosófico» de Figueres Ferrer con la etiqueta de «socialestatista».
Han sido muchas las personas que hablan bondades del ahora héroe de paz, y del reputado «progreso» que trajo al país, pero también es importante reconocer una obviedad secular: que era humano. Como humano, alejado del estadio de la santidad que se le ha dado, y del que estoy convencido, en razón de la escucha de sus discursos, lectura de sus textos y revisión de la historia del país, nunca pretendió, por el contrario orquestó una guerra, que como es común, trajo asesinato.
Posteriormente, cazó comunistas y otros grupos disidentes, que para aquel entonces eran vistos como «humanoides» -de aquel entonces nos queda tufo-. Pero bueno, es claro que en su forma de enfocar el asunto, -quiero decir, desde el «socialestatismo»-, un crimen atroz como el del Codo del Diablo era necesario para mantener (¿imponer?) una forma de la paz social.
Walter Benjamin afirmaba, en el mismo texto en el que nos incita a revisar la historia a contrapelo, que no hay documento de cultura que no sea a su vez un documento de barbarie. No existe institucionalidad, en la historia humana (piénsese en las pirámides y la esclavitud, en los grandes palacios y cómo fueron construidos, en los regímenes políticos del tipo que sea y cómo se instituyeron) que no se haya erigido a las costillas de algún ninguneado, en algunas ocasiones pueblos y civilizaciones enteras (como los pueblos indígenas y las poblaciones afrodescendientes, en todo el continente).
Ser un «socialestatista», de la talla de la que fue Figueres, implicó sin duda muchos «documentos de cultura». Revisar la historia a contrapelo -el nadar contracorriente en el relato oficial- implicaría develar la barbarie que yació en su proyecto civilizatorio; dicho de otra forma, en lenguaje «figuerista» se trataría de hablar de las piñatas de Figueres, y los confites que les ponía adentro.
Según el periódico elmundo.cr: «El proyecto de ley contiene un solo artículo e indica: “ARTÍCULO ÚNICO. – Se declara Héroe de Paz a José Figueres Ferrer, por su gesta heroica de abolir el ejército como institución permanente en Costa Rica”».
Figueres Ferrer se convirtió en la persona más influyente en la conformación institucional de la historia de Costa Rica, el problema es que crear instituciones (y eliminarlas) o ser la cara de la creación de estas y de un proyecto país, no convierte a nadie en un símbolo de la paz, no puede ser este el criterio, porque si así fuera, no sería descabellado que alguien propusiera a Hitler en Alemania, para el premio, quien por cierto gustaba también de las instituciones y los tractores, así como del arte y los violines.
Hay otro problema, la expresión héroe de paz se nos presenta de una forma muy cercana al oxímoron. Se sabe que la palabra héroe suele tener, por lo general, un sentido asociado a lo bélico, y llama la atención lo forzado y ad hoc de esta formulación idiomática; casi creada como al dedillo para alguien que sea la cara de la supresión de un aparato militar.
En todo caso, mientras la institucionalidad siga funcionando como un santoral, y la Asamblea Legislativa dedique sesiones iconoclastas, a la vanagloria, después de la finca La Lucha -¿cuna o mojón de la paz?-, en la zona Sur del país, los pueblos y las comunidades indígenas siguen siendo masacradas en sus procesos de recuperación de tierra, y las comunidades del Caribe continúan viendo cómo su silencio es un requisito para la paz social. Curiosamente, a estas poblaciones, nunca les llegó el «socialestatismo».