China se ha convertido en la primera potencia económica y esto no es del agrado de todo el mundo. Estados Unidos y la Unión Europea (UE) no están de acuerdo con que China asuma un papel de mayor liderazgo político mundial, ya que esto limita su poder de acción y decisión en el mundo.
El predominio de Estados Unidos y la UE en la política mundial se ha caracterizado por la imposición de políticas económicas neoliberales y conservadoras, a través de complejos mecanismos de dominación.
El imperialismo estadounidense ha llegado a los países occidentales a través de distintos mecanismos. A través de la televisión se nos ha presentado una imagen conservadora de “lo políticamente correcto” para cada país y el mundo y a través de Hollywood se han determinado esquemas de ficción que constituyen la imagen del estadounidense héroe que salva a la damisela y al planeta, a partir de misiles, balas y cuchillos.
Los conceptos básicos de la democracia liberal han sido empleados funcionalmente no tanto para justificar como gobiernos legítimos a aquellos que son vasallos de los intereses estadounidenses como para deslegitimar a los que no siguen las políticas imperialistas y se plantean otras formas de determinación política.
En este sentido, el exigir un sistema electoral y el respeto de determinados derechos naturales y positivos ha sido un lenguaje hipócrita, a partir del cual Estados Unidos ha justificado su invasión, bloqueos y sanciones económicas contra otros pueblos y naciones que no se apeguen a su lenguaje de dominación.
Contrariamente, si un gobierno tiránico, dictatorial y represivo está a favor de los intereses de Estados Unidos, en el plano de la teoría, el país norteamericano ha visto esto como un efecto necesario para que esos pueblos que buscan auto-determinarse y superar los mecanismos de dominación yanqui, deseen ingresar en la lógica del progreso y la civilización occidental. Ejemplos de esto los hemos visto a lo largo de la historia en Vietnam, Chile, Cuba, Irán, Siria, Yemen y Venezuela.
Otros mecanismos de dominio han sido el sometimiento ideológico y el avasallamiento de organismos internacionales como la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y la Organización Mundial de la Salud (OMS). Este avasallamiento fue criticado ampliamente por personajes de la historia política mundial, como Muamar Gadafi, antes de que Occidente propiciara un ataque y lo derrocara como gobernante de Libia.
Aparte, la guerra, el sometimiento y la desaparición de la oposición a sus ideas e intereses han sido mecanismos empleados por Estados Unidos durante los últimos 70 años para imponer sus políticas imperiales. Desde el derrocamiento de gobiernos como el de Salvador Allende en Chile (1973), Manuel Zelaya en Honduras (2009) y Evo Morales en Bolivia (2019) hasta la criminalización de activistas como Julian Assange (fundador de Wikileaks), las política internacional de Estados Unidos y la UE se ha caracterizado por este accionar despótico e intransigente que no tolera la existencia de formas de pensar y organizarse políticamente que no sean las que impulsa Occidente, a través del neoliberalismo.
Finalmente, están los mecanismos que transgreden las mismas normas internacionales que Estados Unidos ha impuesto para perpetuar su dominio, cuando estas normas no van acordes con sus intereses. A partir de esto derivan sanciones y bloqueos económicos que han recaído a lo largo de las primeras dos décadas del siglo XXI contra países como Rusia, Cuba, Irán y Venezuela.
Cada una de estas características y todas en su conjunto evidencian que la política imperial de Estados Unidos ha justificado actos atroces y esto ha desprestigiado y deslegitimado poco a poco no solo la investidura del poder de Estados Unidos sino de Occidente en general.
Una de las principales labores de la intelectualidad a futuro es criticar el divorcio epistemológico planteado por la academia occidental entre la ética y la política. Se debe recurrir nuevamente a la ética para estudiar la política, no como lo hacen los abordajes conservadores (para reafirmar principios dogmáticos como axiomas de todo accionar político) sino para condenar éticamente los actos políticos más atroces, cometidos por Estados Unidos y la UE en sus pretensiones de monopolizar el poder político del mundo.
Esta crisis de los valores políticos y éticos de Occidente ha quedado mucho más evidente con la pandemia del COVID-19. Entre enero e inicios de mayo de 2020, los países y las élites occidentales han sido protagonistas de una serie de irracionalidades políticas que han ido desde negar el peligro que representaba el COVID-19 y anteponer la economía a la salud hasta pelearse por mascarillas y equipo médico.
Donald Trump, presidente de Estados Unidos, Jair Bolsonar, presidente de Brasil y Boris Johnson, primer ministro de Reino Unido negaron el peligro que representaba el COVID-19 para el mundo y antepusieron la economía a la salud y el bienestar de los pueblos. Ahora Estados Unidos es el epicentro de la pandemia y Trump busca culpar a la OMS de que el COVID-19 se hubiera salido de control; Bolsonaro continúa restándole importancia a la pandemia y pensando que nadie se va a morir si dios así no lo quiere y está a punto de ser destituido de su cargo; Boris Johnson, por su parte, tuvo que padecer en carne propia la infección del COVID-19.
Además, han habido disputas entre Italia y Francia, por la retención en Francia de equipo médico sueco que tenía como destino Italia. Confiscación de equipo médico chino que iba para España en Turquía. Piratería de máscaras para la policía de Berlin por parte de Estados Unidos en Bangkok, Tailandia. Incluso una disputa entre Alemania y Estados Unidos por la patente de una hipotética vacuna contra el COVID-19.
Estos absurdos y excesos de irracionalidad a los que han llegado las élites que gobiernan en Occidente han causado indignación en muchos sectores. China ha aprovechado las circunstancias para asumir un papel político más preponderante en el mundo. El gigante asiático ha llevado ayuda humanitaria, apoyo logístico y médico, a través del diálogo y la acción, a todos los continente y una cantidad asombrosa de países. En este contexto, a China no le han importado ya las sanciones de Estados Unidos que impiden el acceso de medicamentos y alimentos a varios países del mundo y ha hecho llegar esta ayuda a esos países.
De modo paralelo, la ONU y la OMS han hecho llamados continuos a despolitizar la gestión de la pandemia para que esta no sea utilizada como arma de guerra, tal y como lo ha hecho la administración de Donald Trump en Siria, Irán y Venezuela. Estas instituciones han apelado reiteradamente a los principios por los cuales han sido fundadas y que históricamente han estado al servicio de Estados Unidos y Occidente, pero que ahora se vuelven en contra de su manejo despótico del poder. Ante estos llamados a la cordura, la OMS ha recibido ataques directos en el plano del financiamiento (EEUU ha congelado sus aportes a la organización, en medio de la pandemia) y tanto la OMS como la ONU ataques de desprestigio que incentivan su reformulación.
No solo China ha asumido una actitud de mayor responsabilidad y compromiso ético con la humanidad que Estados Unidos. Rusia, Cuba y Venezuela han dado ejemplos de que en esta pandemia la salud debe primar por encima de lo económico. Rusia ha enviado ayuda humanitaria a Estados Unidos e Italia. Cuba ha enviado delegaciones de personal médico a distintos países, tanto afines a su pensamiento político (como Venezuela) como con políticas tiránicas (como Honduras). Venezuela, incluso en medio de los bloqueos y la amenaza que representa Iván Duque, presidente de Colombia, para la estabilidad del gobierno bolivariano, ha ofrecido equipo médico a Colombia.
Estas contraposiciones son complejas y van de la mano con los movimientos militares que se están desarrollando en el mundo y de los cuales hemos hablado en otras entregas, pero nos invitan a repensar la relación entre la ética y la política y el modo desde el cual pensamos la política en Nuestra América y el mundo en general.
En el plano discursivo y diplomático, lo más reciente ha sido la campaña dirigida por Estados Unidos, mediante la cual acusa a China de haber creado el COVID-19 en un laboratorio. Lo curioso de esta acusación es que no aporta pruebas científicas y se basa únicamente en una teoría de la conspiración planteada por Mike Pompeo, el secretario de estado de los Estados Unidos y Donald Trump, pero ha calado en las élites de algunos países occidentales y en la población en general, a través de la fuente principal de “verdades políticas”: los noticieros estadounidenses y pro-estadounidenses.
Este discurso pretende incentivar sanciones comerciales contra China, para evitar que el gigante asiático siga creciendo y eclipsando el decadente dominio mundial de Estados Unidos. Además, desprestigiar el respeto internacional que ha logrado China a partir de su abordaje de la pandemia del COVID-19. En términos coloquiales, ahora Rambo quiere rescatar a la damisela de la humanidad de las garras del nuevo malo de la película de Hollywodd: China.
En medio de esto, Rusia ha estrechado los lazos comerciales con China e incluso ha comenzado a invertir en bonos del gobierno de la República Popular de China, para evitar las sanciones de Estados Unidos.
Esta decadencia del imperio de Estados Unidos y del pensamiento occidental abre las puertas para nuevas reflexiones, nuevas formas de hacer educación, periodismo, política y auto-determinación. Se vienen años que serán decisivos para la conformación de una imagen nueva de los pueblos en el nuevo escenario político mundial.
En medio de esta crisis existencial y política es que debemos tomar acciones complejas y creativas que nos ayuden como pueblo a superar todos los sesgos y lanzar una mirada, Más allá de la Cortina.