Entre los meses de abril y mayo de 2020, Estados Unidos ha agudizado una campaña anti-china para contrarrestar la imagen lograda por el gigante asiático, a partir de su aporte responsable a la contención del COVID-19.
Como lo menciona el relacionista internacional Bryan González, esta campaña viene desde mucho antes. Se vienen preparando a las poblaciones para ver en China algo “barbárico” y el enemigo, incluso a través de la concepción que tenemos de su comida.
Pero el ataque dirigido en los últimos dos meses ha sido mayor. Mientras Estados Unidos ha empleado la pandemia del COVID-19 como un arma de guerra, ha endurecido sanciones contra países que considera sus enemigos y ha impuesto nuevos embargos y bloqueos contra algunas de estas naciones y organizaciones internacionales; China ha trabajado de la mano con muchos países del mundo, no solo para descubrir una cura para el COVID-19, sino para brindar asesoría médica y ayuda humanitaria, pasando incluso por encima de los bloqueos y las sanciones estadounidenses.
A Estados Unidos no le ha caído muy bien esto. Por un lado, China ha asumido una posición privilegiada en la política mundial y ya no solo en la economía. Por otro, al gigante asiático no le ha importado pasar por encima de sus sanciones para contener la pandemia del COVID-19.
Estas dos actitudes evidencian dos discursos generales que se han confrontado a lo largo del 2020: a. superponer la importancia de la economía y el orden del poder politico occidental a la salud pública; b. anteponer la salud pública y la contención de la pandemia a la economía y el poder político.
El primero de los discursos ha calado fuertemente en algunos sectores significativos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y de la Organización de Naciones Unidas (ONU). Estos sectores han apelado a la necesidad de despolitizar la gestión de la pandemia y han recibido ataques directos de Estados Unidos y algunos de sus aliados, que van desde el bloqueo de fondos estadounidenses a la OMS hasta conspiraciones para reformular tanto la OMS como la ONU, para que estas organizaciones vuelvan a alinearse con los discursos occidentales dominantes y antepongan la economía y su poder político a la salud pública.
China ha brindado un ejemplo mundial de que nuevas relaciones políticas, nacionales e internacionales, son posibles. El país asiático prefirió paralizar totalmente todas sus actividades económicas e impuso un aislamiento total, durante 20 días. En estos 20 días realizaron una desinfección de las zonas afectadas y posteriormente la reinserción a la vida cotidiana de las personas y la economía se ha caracterizado por una situación de control de la pandemia, deseable en países como Estados Unidos o Inglaterra. Además, ha promovido el control del COVID-19 y llevado su mensaje de “amistad” a países en todos los continentes.
En contrate, países occidentales donde sus gobiernos han vacilado a este respecto y han preferido velar por los intereses de las grandes empresas, el aislamiento ha sido parcial y, por tanto, más prolongado, causando esto el efecto contrario al esperado en sus economías.
El no paralizar totalmente las actividades económicas fue una decisión tomada, no pensando en la población, sino en las grandes empresas. Como lo afirma el relacionista internacional Bryan González, el mundo occidental tiene suficiente riqueza acumulada como para haberse detenido 20 días, alimentado y satisfecho las necesidades de todas las personas y generado una campaña de desinfección, similar a la china. Sin embargo, el temor a quedar muy mal parados económicamente en su guerra comercial con China y con sus mismos aliados occidentales, hizo que la pandemia se convirtiera en una catástrofe en Italia, España, Estados Unidos, Reino Unido, Brasil, Ecuador, entre otros lugares del mundo.
Como consecuencia, el declive económico de Occidente se aceleró. La imagen de China en la política internacional se mejoró y el posicionamiento de Donald Trump como candidato para la reelección en Estados Unidos, cayó por los suelos. De ahí la necesidad de desviar la atención, culpar a China de la pandemia y no a su pésima gestión de la misma, atacar a las instituciones internacionales que han promovido la salud por encima de sus intereses económicos, promover sanciones contra China que eviten el debacle económico internacional de Estados Unidos y el asedio militar del gigante asiático, con el cual se ha puesto al borde de la guerra militar.
Al respecto de esto, Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, ha sostenido que la retórica sobre China, asumida por la Casa Blanca, es una distracción de los errores cometidos por Trump en la gestión de la pandemia en los Estados Unidos. Pelosi afirma: ”Incluso he dicho que se ponga a un lado cómo llegamos hasta aquí en nuestro propio país, porque deberíamos estar dedicando nuestras energías a cómo seguir adelante y no a emitir juicios sobre lo que esta Administración hizo o no hizo". Finalmente, arguye que "Es urgente y necesario que rastreen el origen de una pandemia como esta de forma científica, no política".
El discurso anti-chino, promovido por la Casa Blanca ha dado un giro repentino y desesperado en el último mes. La administración de Donald Trump ha acusado a China de haber producido el COVID-19 en un laboratorio en Wuhan y ante la falta de sustento científico de esta afirmación, ha dicho que China no le informó a tiempo al resto del mundo del impacto del COVID-19 en su propio territorio. Con estos discursos, Estados Unidos pretende imponer sanciones a China por un monto muy similar a la deuda externa estadounidense con China. O sea, en otras palabras, Estados Unidos pretende actuar contra la lógica comercial del capitalismo que ha promovido como única forma de organización económica posible: Estados Unidos no quiere pagar sus deudas para recomenzar un juego de poder, bajo nuevas condiciones.
Ante estos discursos, la actitud china ha sido muy distinta. Ha mostrado con Australia la línea de sanciones económicas que pueden recaer sobre aquellos países que sigan el juego perverso de los Estados Unidos en su contra, pero sobre todo ha promovido un discurso de acuerdo con el cual el COVID-19 es lo natural y la politización de la pandemia la verdadera invención política, en este contexto crítico de la historia de la humanidad.
A modo de ejemplo, Wang Qun, representante chino ante la ONU y otras organizaciones internacionales, en una reunión en línea con funcionarios de la Organización de Países Exportadores de Petróleo y sus aliados (OPEP+), ha enfatizado que la recuperación económica y el equilibrio energético mundial no solo están sujetas a la pandemia, sino también a “crecientes factores de politización creados por el hombre”.
Finalmente, China reafirma sus intensiones de no valerse de su dominio económico y político para imponerse como una fuerza hegemónica en el mundo. De acuerdo con Zhao Lijian, portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores de China: “Respecto a las políticas diplomáticas de China, no es nuestra tradición ser beligerantes y agresivos y nunca descenderemos al camino donde un Estado poderoso se vuelve hegemónico”. De esta manera, China reafirma su compromiso con una política exterior independiente de paz y de promoción de los intercambios basados en la igualdad y la amistad, lo cual ha sido una de las claves del éxito de su comercio internacional.