En entregas anteriores hemos descrito dos de los principales discursos que han entrado en pugna en la gestión del COVID-19: uno que antepone la salud a la economía y otro que valora más la economía que la salud.
El primer discurso comprende tanto posiciones egoístas como posiciones altruistas. Un gran sector de la economía está lucrando con la gestión de la salud para la contención del COVID-19, como por ejemplo las corporaciones dedicadas a la investigación y la venta de medicamentos y equipo médico y varias industrias tecnológicas, incluidas plataformas como Nexflix y Zoom. Sin embargo, es de rescatar cierta actitud ética desde la cual se ha pensado más en la vida misma que en el sistema de intercambio de mercancías e incluso ha promovido cambios en el plano ideológico, político e institucional.
El segundo discurso encuentra sus fundamentos por un lado en el miedo y por otro en un egoísmo extremo. Muchos países occidentales y occidentalizados han superpuesto la economía a la salud temiendo el impacto económico que la pandemia pudiera tener, a la hora de cumplir con los compromisos asumidos con instituciones de la banca internacional, como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM). Sin embargo, el discurso que ha predominado para anteponer la economía a la salud no es por el bien de los pueblos ni de las finanzas de los gobiernos, sino por el golpe económico que una paralización total de la economía podría tener en las ganancias de las grandes empresas nacionales (o aquellas de las élites conservadoras) y trasnacionales (o aquellas en las cuales han depositado la esperanza de trabajo de pueblos como el costarricense).
Debido a esto, el discurso que antepone la economía a la salud no fue capaz de promover el aislamiento total de la población por un corto lapso de tiempo, en el cual se realizaran campañas de desinfección total, como sí se realizó en China. La cantidad de riqueza concentrada en las grandes empresas es suficiente como para haber establecido un impuesto provisional a tales compañías para que, durante 20 días, el pueblo hubiere estado en una cuarentena total, sin pasar necesidades básicas. Estas compañías no se hubiera hecho pobres por esto, aunque hubieren llegado a ser aproximadamente un 5% menos ricas. Pero esto no era una opción para gobiernos como el de Donald Trump en Estados Unidos, Bolsonaro en Brasil o Carlos Alvarado en Costa Rica.
La economía no se podía paralizar porque las empresas conservadoras y trasnacionales no podían dejar de aumentar sus riquezas y el peso económico de la crisis debía caer sobre la espalda de las personas trabajadoras, que sí corren el peligro de llegar a ser pobres o más pobres con el COVID-19.
Los derechos laborales han sido pisoteados descaradamente en muchos países del mundo. Los gobiernos han propiciado flexibilidad en la jornada laboral, interrupción repentina de contratos sin garantías sociales e incluso mucha gente está trabajando igual o más que antes del COVID-19, por un salario reducido incluso a un 70 o 60%. Paralelamente, las grandes empresas has recibido amnistía tributaria, facilidades de pago, facilidades de financiamiento, como si fueran las víctimas reales de la pandemia del COVID-19.
Esta actitud egoísta ha traído grandes consecuencias sociales. En países como Estados Unidos, al no propiciar una cuarentena total, la gestión del COVID-19 se ha salido de control y el costo de vidas humanas implica sanciones morales profundas. Sin embargo, para Trump y su administración tales sanciones es lo que menos les interesa. Les interesa más lo que esto puede afectar sus intereses de reelegirse como presidente de Estados Unidos que la muerte de miles de personas.
Otra consecuencia en países occidentalizados como Costa Rica ha sido un aceleramiento de las políticas de privatización y debilitamiento de las instituciones públicas, gracias a las cuales se ha podido dar una contención satisfactoria del COVID-19, en algunos de sus aspectos.
La desmovilización social es muy funcional para la corrupción, la inutilización de los movimientos sociales y la imposición de políticas tiránicas en distintas partes del mundo. No debemos olvidar que todo esto se desenlaza en el contexto de la tercera guerra mundial.
Algo todavía más difícil de comprender desde una posición crítica que apele a una gestión ética de la política, es la incapacidad de estas elites egoístas de reflexionar sobre sí mismas y sus propias acciones. Donald Trump no es capaz de ver ni la más mínima cuota de responsabilidad de su pésima gestión del COVID-19 en Estados Unidos y trata de achacarle la culpa de sus desenfrenos a China y la OMS. De modo similar a como presidentes títeres como Carlos Alvarado en Costa Rica se preparan para privatizar y reducir el poder del estado social de derecho, apelando a que es una consecuencia “inevitable y natural” del impacto de la pandemia.
El imperio estadounidense, en medio de la derrota económica y política que está sufriendo en el mundo, trata de drenar todos los recursos de Nuestra América, para mantenerse en pie y seguir perpetuando sus ideales de hegemonía. De igual manera, busca sancionar a China con cantidades similares a lo que Estados Unidos le debe al gigante asiático.
Es en este contexto donde debemos preguntarnos, ¿qué mundo es el que queremos? ¿Qué mundo estamos permitiendo que gesten para nosotras y nosotros? ¿Qué participación puedo tener en la construcción de un futuro para mi país y el mundo? ¿Hasta qué punto sigo teniendo libertad?
El golpe, no del COVID-19, si no de este egoísmo que se nos ha impuesto como natural, desde el realismo político, el pensamiento agustino y el puritanismo cristiano, en nuestras relaciones humanas, está fracturando todo contacto. Todavía hay personas que están en un sitio de confort, encerradas en sus casas y ganándose el salario desde un sistema de teletrabajo y no se dan cuenta de lo que está pasando afuera, más allá de la cortina.
Es momento de despertar, salir de nuestro confort y hacer algo, lo que sea, pero algo. Si todos y todas hacemos algo, será más fácil que podamos participar en la construcción de nuestro futuro.